En tanto, Óscar Nail, presidente del Consejo de Decanos de Educación del CRUCH y decano de la facultad de Educación de la Universidad de Concepción, presentó la experiencia de su facultad en la formación en valores para profesionales de la educación y en establecimientos educacionales a partir de un modelo socrático de discusión en el aula acheter viagra sans ordonnance en suisse. Sin embargo, subrayó el déficit a nivel nacional que existe en este sentido. “Es un tema débil, el currículum actual no tiene un foco formativo claro y está invadido por una serie de asignaturas de carácter instrumental. Sobre todo, está teñido por el SIMCE, entonces todo es lenguaje o matemática, no solo en cuanto a contenidos sino también en cuanto a cantidad de horas. Entonces, no existe un curriculum equilibrado entre lo instrumental y la formación general, que vendrían siendo estas asignaturas”, sostuvo.

Óscar Nail agregó que “tradicionalmente en la sala de clases existe un temor a la confrontación y la sala de clases debe ser justamente eso. Un espacio donde se confronten posiciones con el fin de que afloren las ideas. Sólo en la confrontación de ideas puede surgir la argumentación y esto es imprescindible para una verdadera democracia. Lo que se juega en la sala de clases es sumamente importante”.

Finalmente, Samuel Yáñez, director de la carrera de pedagogía en religión de la U. Alberto Hurtado, destacó la relevancia de preguntarse y no perder de vista los efectos sociales a los que puede contribuir una formación valórica. “Para responder a la pregunta sobre el valor de la educación en valores, hay que comenzar respondiendo una pregunta base: ¿cuáles son los desafíos valóricos fundamentales que enfrentamos? Me atrevo a identificar dos desafíos valóricos que tienen una raíz común. Está el desafío chileno, latinoamericano y mundial de avanzar hacia sociedades más integradas y equitativas. Las cifras que expresan las escandalosas diferencias de oportunidades son muy conocidas. La segunda es traer a la conciencia el desafío global de la cultura del descarte y la indiferencia. En su reciente encíclica el Papa Francisco muestra con elocuencia cómo esta enfermedad está estrechamente ligada a los desafíos globales”.